La plaza de la iglesia se halla a
oscuras, como casi dos siglos atrás, navegando en un mar de gente, llagan las
dos carrozas. Sus congas, in crescendo, arremolinan, agolpan, arrebatan.
En el río de la polirritmia de
reja, tambor y bombo vibran los cuerpos. A la trompeta contestan las gargantas
involuntariamente.
Se encienden las carrozas y el tiempo se detiene: Han
comenzado las Charangas de Bejucal. Con sobrada razón, Emilio Roig de Leuchsenring
las ha citado como las fiestas más hermosas de Cuba.
En 1714, el capitán Juan Núñez de
Castilla, recibe de Felipe V la confirmación para fundar una ciudad sufragada
con recursos propios: San Felipe y Santiago del Bejucal. Además, le otorga escudo
de armas, el establecimiento de un cabildo y el título de Marqués.
Verdadera cornucopia fueron estas
tierras para el cultivo del tabaco, primero, y después para la industria
azucarera, al mismo tiempo que abastecían de ganado y frutos menores a la flota
transoceánica.
Tempranos, los bejucaleños
inscribieron sus nombres en la historia cubana participando en las
sublevaciones contra el estanco del tabaco, a principios del siglo XVIII, y en
la defensa de la capital contra los ingleses, en 1762. Súmase a esto, el establecimiento del
primer tramo de ferrocarril de Cuba y
América Latina (incluso, antes que España), de Bejucal a La Habana, en 1837.
Hacia 1840 ya eran celebradas las
Charangas, aunque hay referencias que llevan su nacimiento anterior a 1830,
pues su piadoso vecindario había instituido frecuentes y magníficas fiestas
para cuyas ocasiones han presentado ricas alhajas y costosos adornos.
En vísperas de Navidad, los
esclavos reunidos en Cabildos (sociedades de negros, pardos y mulatos) salían
de su encierro percutiendo sus ancestrales
instrumentos y entonando cantos autóctonos. Recorrían calles de vitral y
rejas, y ya en el centro del pueblo, cruz al este y cetro al oeste, recibían de
los marqueses el aguirnaldo, dádiva de un día de fiestas. Por otro lado, los
demás vecinos se concentraban en la
plaza en espera de la Misa del Gallo. También estos comenzaron a traer su
música: tamboriles, fotutos, panderos y hasta bandas militares.
De tal suerte nacieron las
confrontaciones que con el tiempo se harían la máxima atracción: el encuentro
de los bandos: Los Malayos, que reunían a españoles y criollos, identificados
por el color rojo del pabellón ibero y el gallo. Pero como gallo no come
alacrán, porque tiene poder dentro del sincretismo religioso afrocubano, el
bando de La Musicanga, que agrupó a negros libres y criollos hermanados en la
humildad, lo tomó como símbolo junto al color azul.
Los bandos (eternos rivales, como
se les llama aquí) reflejaron el antagonismo de aquella sociedad, y fueron
frecuentes los enfrentamientos políticos.
En vísperas de la Guerra de 1895
se prohibieron las festividades y reaparecieron en 1900 pero cambiando de
nombres: La Ceiba de Plata, para La Musicanga, y La Espina de Oro, Los Malayos.
Armados de sus agrupaciones
musicales (congas), sus figuras danzantes y especialmente de sus carrozas, se
encuentran los bandos.
Las carrozas, en principio,
fueron llevadas sobre hombros, luego tiradas por bueyes, montadas sobre
camiones y, actualmente, las conducen tractores con plantas eléctricas.
Diferentes a las carrozas de
carnaval, las charangueras son verdaderas joyas de barroquismo -del que hablara
Alejo Carpentier- y suma creadora de música, danza, arquitectura y plástica, con mucha sazón
teatral y cinematográfica.
Basta presenciarlas en sus
evoluciones: cada una va elevando sus sorpresas, en lucha mutua por sobrepasar
a su rival (más de 35 metros de altura).
Complicados mecanismos de
ascensión y animación logran la magia. Como de una caja china, brotan del
interior de la carroza increíbles efectos, símbolos y bailarinas. Toda la pieza
se abre en un gigantesco abanico de filigranas multicolores, luces y belleza
original.
El final es un deslumbramiento
supremo. Venga, cualquier diciembre. Temprano se está en la calle, dispuesto
para el impacto de la labor paciente de muchas manos. La noche arderá en
sorpresas. Y luego, en el hervor, se dejará llevar por la serpiente rítmica de
una conga hasta el amanecer.
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