Para el oído y otros
sentidos
Por: Frank
Padrón
Con ese infaltable sentido
integrador y a sabiendas de los vasos comunicantes entre todas las disciplinas
estéticas, los organizadores del VI Festival de música de Cámara Leo Brouwer saltaron de la música (que pudiera escribirse también en plural) a las artes
plásticas, el video-art, la danza, las conferencias, el cine…; el resultado
pudiera plasmarse de un tirón pero si se analiza con detenimiento arroja cifras
muy estimulantes y definitivamente insólitas: cerca de 30 conciertos, artistas
de 17 países y más de 40 estrenos mundiales y nacionales en períodos que
abarcan desde el Medioevo hasta la música electrónica.
El maestro Leo Brouwer no es
solo ese genial músico a quien todos queremos y admiramos, sino un hombre
cultísimo e informado cuyos dominios trascienden el arte de las corcheas para
expandirse a otros campos del saber; su compañera en la vida, y colega, la
musicóloga Isabelle Hernández lo sigue paso a paso en su obra, y esa fusión
personal y profesional arroja frutos riquísimos, como el Festival de música de
Cámara Leo Brouwer, que todos los octubres desde hace 6 años engalana la
capital con propuestas contundentes y deslumbrantes.
El de este año no se quedó
detrás, y el slogan que preside cada edición (“un maridaje perfecto de músicas
inteligentes”) se hizo de nuevo realidad con un grupo de conciertos y
presentaciones inolvidables ; eso que decía sobre la sapiencia de Brouwer le lleva
a conocer de primera mano lo que vale y brilla en los linderos musicales –lo
mismo “populares” que “clásicos”, por utilizar la tan desgastada y artificial
separación- e invitar a muchos de ellos a la Habana; también lo que en otras
esferas de las artes y las letras no hay que olvidar, por eso este año fueron
homenajeados escritores centenarios como el argentino Julio Cortázar,
el mexicano Octavio Paz y el aun vivo Nicanor Parra, de Chile; músicos de la
alta estirpe europea (Richard Strauss, en el 150 aniversario de su natalicio) o
acontecimientos como la designación mundial al 2014 “Año de la música checa”.
Imposible reseñarlo todo,
no solo por la dificultad física de estar en todas y cada una de las
actividades programadas, sino porque se haría un texto demasiado largo, pero
trataré de referirme a algunos de esos conciertos que, junto a mis entusiastas
colegas de luneta, hicieron aportes enriquecedores.
Fito
Páez esencial fue
uno de esos encuentros que colmó el inmensurable Karl Marx –como lo hizo su
colega Pancho Céspedes días antes, uno de esos a los que no había que faltar en
la programación, y al que sin embargo resulté lamentablemente ausente- en una
presentación que nos acercó a muchos de sus grandes éxitos, pero, a tono con
las características del evento, lo acompañó un pequeño conjunto sinfónico que
extrajo en singulares arreglos, muchas de las células que de ese tipo laten en
su obra; dirigida con mucho tino por Daiana García, la orquesta de Cámara de la
Habana, con la participación de un paisano del cantautor (el contrabajista
Mariano Otero), logró tejer con motivos regionales y universales algunas de sus
piezas exquisitas: los aires de zamba en Detrás
del muro de los lamentos , los acordes altiplanenses para Naturaleza sangre o toda la fuga barroca que significa la
gloriosa Tumbas de la gloria , fueron
algunas de ellas; sin olvidar al Páez pianista que regaló, por ejemplo, uno de
esos tangos intensos y viscerales –para él constituye el más grande- como es La última curda (Cátulo Castillo/Anibal
Troilo) o la investidura clásica que asumieron piezas ajenas como La vida (Silvio Rodríguez) –orquestado y
dirigido por Brouwer- o Para vivir
(Pablo Milanés), a quienes se dedicó el recital.
Una de las hijas de Pablo,
a propósito, centralizó otra de las noches del Festival: Haydeé Milanés, en un
homenaje a Marta Valdés titulado como una de sus canciones más conocidas, y que
da título a un CD que la joven intérprete acaba de finalizar: Palabras.
Con un equipo de músicos
“todos estrellas” detrás (el piano de Ernán López Nussa, los drums de Enrique
Pla, el contrabajo de Jorge Reyes, la percusión de Yaroldi Abreu, el Cuarteto
de Cuerdas Presto…), se diría, quién puede hacerlo mal, pero Haydeé, quien
también diseñó los arreglos, aportó sobre todo una versión fresca y novedosa de
esa cancionística que sobrevive décadas y modas, más aun con tantos
significativos cantantes que antes la han versionado, comenzando por su propio
padre, quien aquí la acompañó en 2 momentos exquisitos: Pequeña Haydeé y Deja que
siga sola.
La joven intérprete, que
ha eliminado las repeticiones de todas las piezas, salió airosa en la mayoría
de sus versiones, con sobresalientes para Aida (que hizo junto a un trío vocal proveniente
de Schola Cantorum Coralina ), Sin ir más
lejos –en notable dúo con la propia Marta- o Canción fácil, pero en ocasiones abusó del falsete, descuidó un
tanto el fraseo (como en Mutis) o
apresuró el tempo original (Tú no sospechas), algo que esperamos no
ocurra en el disco o en nuevas presentaciones. De cualquier modo resultó un
concierto verdaderamente hermoso y emotivo.
Vivaldi
Siglo XXI fue otro de los que merecen tales calificativos; la
labor que ha realizado Sinfonity, orquesta española de guitarras eléctricas,
con el gran barroco italiano, fue
sencillamente admirable, como demostraron los aplausos cerrados, entusiastas,
de un público mayoritariamente joven.
Los rockeros solo en
apariencia realizan una labor ligera: en el fondo, hay mucha enjundia, y sale
muy bien parado el mítico autor de Las
estaciones desde esos gemidos guitarrísticos que nos lo devuelven en su
esencia, aunque arropado por las armonías algo agresivas y festivas del rock;
pero no solo vivaldianas nos trajeron los pelilargos: no escapó a su homenaje
el propio Leo, con algunos de sus estudios, desgranados con todo conocimiento
de causa y precisión , como el propio maestro reconoció con sus ovaciones desde
el auditorio.
De
Praga a la Habana reverenció el año checo con otra velada
excepcional, comenzando por un guitarrista de excepción: Pavel Steidl, quien
recreó desde las cuerdas algunos compositores de su país en los siglos XVII al
XX; elegancia y sutileza caracterizaron su ejecución; un colega suyo, también visitante del hermoso
país europeo (Pavel Steidl) y su coterránea Alzbeta Vicková (cello) a los que
se unieron la flautista cubana Niurka
González y la violista Gretchen Labrada, interpretaron magistralmente a
Schubert y a W.T.Matiegka; no por mero chauvinismo elogiaré la participación
del patio, en serias y a la vez gráciles ejecuciones.
El Artemiss Trío –también
de República Checa-deleitó con un virtuosismo sereno pero impactante,
particularmente en los movimientos que asumieron de su ícono nacional Antonín
Dvorak, emprendidos con suma pericia; por último, se incorporó la orquesta de
Cámara de la Habana bajo la batuta siempre recia del maestro Brouwer.
Piano
posmoderno resultó, como todo lo innovador e irreverente, un
concierto polémico; una vez más el escenario del recién incorporado a la vida
cultural habanera, Teatro Martí, prestó su adecuada acústica y su perfecta
climatización a una presentación de altos kilates, al menos a juicio de quien
escribe.
Jenny Q. Chai (Estados
Unidos) ha abierto un curioso puente no solo entre las vanguardias (ya algunas
incorporadas a la tradición) sino a las conexiones interdisciplinarias; bajo
sus potentes dedos, que a veces literalmente “se cogen toda la mano”, el piano
es registro audiovisual, instrumento percutivo que trasciende las teclas y
ataca otras partes de su geografía, y también simpática propuesta lúdicra; la concertista transitó por siglos, escuelas,
tendencias que incluían a Kurtág (1926) o a Ligeti (1923-2006), Baker
(1978) o San Martin (1968) en lo contemporáneo, pero se remontaban a un
peculiar -más respetable en su estilo-Debussy (1862-1918) o a un Charles Ives
(1874-1954).
En la segunda parte y
recordando el cincuentenario de muerte de Colin Mcphee (1900-64), la
concertista hizo algunos momentos de su Balinese Caremonial Music (1934) con
algunas de esas proyecciones en pantalla que convierten la ejecución pianística
en todo un performance, pero antes
incorporó otro grupo de vanguardistas de
prestigio (Cox, Stroppa, Kapouscinski…) con algunas de sus interpretaciones,
que constituyeron premiére mundial.
Fue una noche de no pocos
inconvenientes técnicos, en un programa donde la técnica era precisamente, tan
necesaria; por otra parte, algunos de las versiones de Q Chai deslumbraron más
por sus curiosas interrelaciones de lenguajes que por su valor musical
intrínseco, mas quedó claro que estuvimos frente a una artista tan
anti-convencional –desde su vestuario ora clásico, ora pop- como desenfadada y
auténtica, a la que premió el respetable (aun con el explicable desconcierto de
algunos) con merecidos y continuados aplausos.
En definitiva, lo de
posmoderno que tituló este concierto, sirve para todo el festival Leo Brouwer:
la amalgama de estilos y escuelas, la fusión de lo tenido por “alta” y baja”
culturas que proclama el controvertido paradigma estético, es bandera, en el
mejor sentido, de estas noches con buena música, cualesquiera que sean su
procedencia y características.
Quedan funciones, otras
pasaron y, como ya decía, no pude “cubrirlas”, pero una certeza me inunda: cada
vez que finaliza octubre, tras las provechosas jornadas de esta fiesta de los
sonidos internacionales, todos sentimos que hemos crecido con el disfrute de
tardes y noches sencillamente inolvidables.
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