domingo, 24 de noviembre de 2013

Chateo, adagio y otras visiones habaneras

Actriz cubana Nora Rodríguez

Texto: Amado del Pino
Fotos: Ismael Almeida
La Habana de este noviembre hace recordar a nuestro gran dramaturgo Virgilio Piñera.

Como la Luz Marina de su clásica obra Aire Frío, uno puede quejarse de que la fecha del calendario sugiera algo de fresco y nos estemos “asando” de calor.

A pesar de que la lluvia apareció en los últimos días, con su promesa lejana de refrescar, la vida cultural sigue ofreciendo sus atractivos. Sobre el unipersonal Una cubana de altos coturnos, que se presenta por estos días en el Café Brecht, no debo extenderme en consideraciones artísticas.

Estuve cerca del proceso de creación del texto de Alejandro Palomino y firmo las notas al programa que está recibiendo el numeroso público que asiste al agradable espacio de la calle Línea. Formar parte sentimental, hasta cuando estoy lejos, de un colectivo tan coherente y dinámico como Vital Teatro es algo que me enorgullece y doy por bien empleada la sobriedad evaluativa que me impone un costado de la ética.

Actriz Nora Rodriguez
La puesta en escena del propio Palomino ratifica lo que escribí hace meses: “Una cubana de altos coturnos es un texto inteligente, ágil, repleto de gracia y teatralidad”.

Otros valorarán con mayor distancia el trabajo de la actriz Nora Elena Rodríguez. Los que asistimos a la primera función de esta temporada agradecimos su energía, desenfado y sinceridad.

A nivel de contraseña social, el monólogo las tiene todas para identificarse con los espectadores y provocar risas y hasta comentarios cómplices en el público. Esa mujer que “se cuela” en su centro de trabajo por la noche para intercambiar correos con su hermana y tratar de convencerla de que lo que más necesita es un par de zapatos tiene mucho que ver con la realidad de muchos habaneros de hoy.

Más allá del necesario par de amigos para caminar con elegancia, afloran temas también candentes como el salario de los profesores, las disyuntivas del estar dentro o fuera de Cuba y hasta los papeles viejos y las gestiones turbias que se esconden en los rincones de esa oficina que la protagonista utiliza de forma clandestina para dialogar, recordar, respirar.
En otra zona de la ciudad, en pleno repleto bulevar de San Rafael, el flamante café Adagio, a un costado del Gran Teatro de La Habana, se propone estabilizar una programación de espectáculos.
Actriz y cantante Maydú
Aunque la actuación de la cantante y actriz Maydú estaba programada para las once de la noche, salí dos horas antes de la bien cercana casa de mis suegros. Me dio tiempo de tomar un café y gozar de clásicos del son en la terraza del hotel Inglaterra. Tanto como me complacen los viejos sones me desconsuela ver cómo los músicos cuentan con mejor público entre quienes se detienen en la acera que entre los visitantes extranjeros que toman una cerveza mientras descansan de un día de playa o de caminata por la ciudad.

Sueño con que mejore el poder adquisitivo del cubano de a pie y esta circunstancia -que hace recordar aquel poema de Guillén en cuanto a los “sones para turistas”- se transforme a favor de un diálogo más natural entre la música en vivo y el público que la consume.

El sencillo pero ambicioso espectáculo de Maydú me hizo recordar lo mejor del cabaret habanero en la década de los ochenta del pasado siglo. Estamos ante una intérprete versátil, carismática, encantadora. Contó con el lujo del acompañamiento de un pianista legendario: Juanito Espinosa.

Con la riqueza de su repertorio, la fluidez de su entrenado movimiento escénico y la alegre relación con los espectadores, Maydú hace olvidar la algarabía del reguetón y otras voces altas y, en algunos casos, salpicadas de alcohol que abundan por esta zona del corazón de La Habana.


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