miércoles, 18 de diciembre de 2013

Un festival profundamente latinoamericano

Por: Frank Padrón 
(especial a Enfoque cubano)
Más allá de los corales, de reconocimientos oficiales y colaterales (o no) lo importante de esta 35 edición del Festival del Nuevo cine latinoamericano, que acaba de concluir, es, como siempre, el cine: las películas en sí mismas.
No poca ha sido la calidad de muchos títulos, algunos de los cuales reseñamos a continuación:
La coproducción hispano venezolana Azul y no tan rosa invita al seguimiento del joven cineasta Miguel A. Ferrari, en este drama que gira en torno a una pareja masculina en la Caracas de hoy mismo: Diego y Fabrizio; el primero es fotógrafo y padre de Armando, adolescente que vive en Madrid y viaja a Venezuela para un reencuentro después de muchos años; el segundo es un exitoso ginecólogo , quien justamete por esos días es víctima de un trío de homófobos violentos que lo mandan a terapia intensiva…  
Buena mano la del joven cineasta para contar historias; su narración es limpia y le aplica suficiente fuerza como para mantener al espectador atento e interesado, aun cuando el trayecto roza las 2 horas.
Solo que en su afán por decir demasiado ensancha el relato, le adiciona más de una subtrama y entonces peca por acumulación: la aludida homofobia en las sociedades latinoamericanas contemporáneas, más allá del lugar puntual donde ocurren los hechos; la violencia contra la mujer; la relación conflictiva padre gay-hijo hetero (que sin embargo puede mejorar e incluso llegar a ser armónica), la (in)tolerancia de ciertos padres; el miedo adolescente a mostrarse y la inseguridad, lo cual redunda en la baja autoestima; la identidad verdadera, la transexualidad y otros ítem, son en realidad demasiado para una sola película, lo cual implica que no todo alcance el mismo y esperado desarrollo.
Cierto que todo apunta a un solo y totalizador mensaje (la importancia de la autenticidad, el ser uno mismo a cualquier precio) pero no siempre, como es el caso, el todo implica la consecución artística de las partes.
Venezuela, Perú y Alemania coproducen Pelo malo, de una egresada de nuestra EICTV: la venezolana Mariana Rondón (Postales de Leningrado), y ojo, que hay aquí otro de los momentos superlativos de la competencia,  el cual difícilmente será ignorado por los jueces que designarán este año los lauros (y por supuesto, no solo porque venga avalado con la Concha de Oro en el prestigioso San Sebastián).
Junior y su madre, desempleada y soltera, quien también tiene un niño más pequeño, sostienen una relación tirante, donde impera la falta de amor y el desprecio por parte de ella, quien no tolera la sostenida tendencia del pre adolescente a “pasarse el peine” para que su cabello rizo se torne liso y sedoso al estilo de ciertos cantantes de moda; la abuela paterna quiere adoptarlo y pasa horas con el niño alimentando sus sueños, pero intenta desarrollar del todo cierta tendencia sexual que le resulta evidente, la cual también es temida e indeseada por su madre, aunque todo indica que lo de Junior es realmente una confusión lógica en ciertas etapas de la adolescencia, sobre todo ante la ausencia de una figura paterna que él cree descubrir en el joven vecino propietario de un quiosco.  Por eso rechaza a la abuela, pese a sus mimos, y se aferra a esa madre quien, sin embargo, persiste en negarle el cariño que pide a gritos.
Historia sensible sin sensiblerías, contada en términos de precisión y austeridad narrativas, descuellan la música aplicada certeramente, comentarista oportuna en ciertos pasajes donde sin dudas se requiere; la fotografía, que se luce tanto en los espacios opresivos de interiores como en los abiertos, donde el hacinamiento y la promiscuidad vivencial de sectores más humildes no impiden al protagonista y su simpática amiga soñar despiertos.
No menos destacables son las actuaciones; si hubiera algún coral para niños y jóvenes (y no sería mala idea, sobre todo en esta edición donde abundan) pocos hubieran  disputado a Samuel Lange dicho galardón: con un sentido encomiable de la ambigüedad y a la vez tenacidad de sus sentimientos y reclamos, el muchachito borda un trabajo lleno de matices y sugerencias; lo secundan su pequeña compañera María Emilia Sulbarán  , mientras entre los desempeños “adultos” sobresalen Samantha Castillo como la madre torpe y desamorosa, y Nelly Ramos en la piel de la graciosa abuela.
Por largometrajes de ficción compitió Tercera llamada, de México , en el cual su director Francisco Franco (Quemar las naves) se introduce en el conflictivo mundo del teatro: un grupo decide montar Calígula, de Albert Camus, y como siempre ocurre sobre todo para los grandes espectáculos, se confrontan presupuestos, criterios artísticos diferentes,  presiones contra la fecha de estreno, choques en los ensayos y cuánto entuerto pueda imaginarse…y no.
Justamente el título alude al timbre final que avisa el inmediato inicio de la representación, pero antes, durante casi 90 minutos, hemos asistido a decenas de problemas y colisiones que todo colectivo humano, diverso y complejo, proyecta al reunirse.
Franco, en un amarre de elementos expresivos y una capacidad de narrar mucho mayor que en su anterior obra, privilegia sobre todo el lado humano: lo que dejan en casa directora, asistentes, actores…o muchas veces, para mal, arrastran al teatro: egos en choque, frustraciones, envidias, celos, zancadillas se nos muestran en esta pieza coral que más que teatro dentro del cine es la propia vida latiendo entre bambalinas, fuera y dentro del escenario y mostrándose paralelamente al decadente mundo  romano que se intenta escenificar.
Una edición precisa que empalma adecuadamente esos casos y cosas del teatro, y muy competentes actuaciones (Moisés Arismendi, Irene Azuela, Ricardo Blume, Alfonso Dosal y hasta la mítica Silvia Pinal ) hacen que esta  muy disfrutable llamada lo sea también a los espectadores.
Heli, de México, que viene precedido de un premio n ada menos que en  Cannes; la violencia que engendra el narcotráfico aun en apartadas zonas rurales es el asunto que pulsa el director Amat Escalante (Los bastardos) , algo que ya había tratado de modo original y sólido en su obra precedente.
Una historia a la que muchos reprochan varias escenas de excesiva violencia, lo cual es cierto,  pero estas aparecen absolutamente justificadas desde el punto de vista dramatúrgico, luego, el redondeo de personajes, la acertada ambientación y el mensaje claro y certero –esa suerte de desvalorización, de pérdida de la sensibilidad ante la violencia como algo que se ha hecho tristemente cotidiano- redundan en una pieza que desde su guión detenta una coherente y consistente armadura, lo cual prosigue en su notable puesta en pantalla y sus no menos convincentes actuaciones.
Otro conseguido título, esta vez de entre las óperas primas (que este año exhibió una calidad generalizada) fue Habi, la extranjera, coproducción entre Brasil y Argentina que dirigió María Florencia Álvarez.
Caso de identidad usurpada (nada inusual en el cine), una joven que se integra a una comunidad musulmana es el pretexto que usa la joven realizadora para emprender un válido  estudio de personajes y ambientes; una obra donde se alcanza ese difícil equilibrio entre humor y seriedad, donde se aprecia cuidado en diferentes rubros decisivos (dirección de arte, montaje, música…) y que también regala apreciables actuaciones (Martina Juncadella, Martín Slipak, María Luisa Mendoza…)
También de un cineasta debutante, el brasileño Fernando Coimbra es otro buen momento que nos deparó el certamen fílmico: El lobo detrás de la puerta. A la mayoría le haría evocar Atracción fatal, aquel famoso título de Adrian Lyne con Glen Close, y hasta no poco del maestro Hitchcock, en ese trayecto de celos enfermizos y persecuciones por una suerte de Medea carioca que llega a los peores excesos cuando ve que su amante, un hombre casado y con familia, no la corresponde hasta el punto que ella desea.
Creciente suspense, satisfactoria evolución de caracteres,  buen uso de la cámara y felices desempeños impiden que este thriller, con todo y su desenlace para la mayoría demasiado fuerte, integre el ancho grupo de muestras comunes y vulgares del género.
La jaula de oro , coproducción entre México y España nos acerca al recurrente ítem de la emigración ilegal hacia Estados Unidos -esta vez desde Guatemala- pero con la peculiaridad de que  ahora los protagonistas son adolescentes. Diego Quemada Díez, quien dirige y coescribió el guión, logra que sigamos el arduo trayecto, lleno de peligros, trampas y violencia, con sumo interés, pues nos ofrece un relato bien armado y mejor plasmado en pantalla, donde el tristemente célebre “sueño americano” aparece una vez más acribillado ante los ojos cómplices del espectador.
De adolescentes también, aunque esta vez en un contexto mucho más íntimo, va Tanta agua, que coproducen Uruguay, México, Holanda y Alemania y que cuenta con la dirección colegiada de Ana Guevara Pose y Leticia Jorge Romero. Vacaciones de dos hijos con un padre recién divorciado implica roces, pugnas intergeneracionales, despertares eróticos en la próxima mujer que ya se insinúa e incomprensiones pese al amor mutuo que entre todos fluye.
Encontramos más de un momento atendible, lo cual demuestra la sensibilidad de sus realizadoras, el buceo por las personalidades, dentro de eso que se ha dado en llamar “bildingsroman” (novela de aprendizaje, heredada también por la pantalla) detenta un paneo por las siempre complejas relaciones padres-hijos y la difícil etapa de esos jovencitos, de mayor interés aquí por cuanto los progenitores masculinos, solteros incluso, son menos visitados por el cine.
Por último, quiero referirme a una de mis obras preferidas dentro de lo visto en esta edición festivalera: Cirqo, el cual compitió en  largo de ficción. Lo dirigió Orlando Lübert (Taxi para tres) y de hecho constituye un salto cualitativo respecto a aquella cinta que, con sus no pocos premios internacionales, incluido el tercer coral entre nosotros, en la edición 23 (2001), acusaba problemas dramatúrgicos y técnicos –sobre todo de sonido-.
Con su nueva obra, el realizador chileno  exhibe mayor amarre  en aquellos y afila mejor los cauces narrativos, al acercarse a un par de prisioneros que a punto de ser fusilados, escapan y se refugian en un circo de mala muerte, a partir de lo cual son perseguidos incansablemente  por  un policía de Pinochet; la disyuntiva será no solo aclimatarse a su nuevo status lo cual resulta bastante fácil –ambos comienzan a trabajar con los artistas ambulantes- sino a la hora de reencontrarse con sus respectivas familias, lo cual trae resultados bien diversos aunque siempre desgarradores.
No escasean las “películas de circo” (desde las célebres Freaks o Trapecio, con Burt Lancáster y Gina Lollobrígida, o Enanos en la carpa, de Fassbinder , hasta las cubanas Tulipa y Mascaró, un cazador americano) donde generalmente se siguen los intríngulis, celos y colisiones de los peculiares histriones que trabajan en ellos, pero en esta ocasión Lübert ha privilegiado el clima de inseguridad, zozobra y peligro que envuelve a los reclusos devenidos cirqueros ante la feroz tenacidad del esbirro por darles caza, lo cual incluye el matrimonio con la esposa de uno de ellos, al creerlo ésta desaparecido.
Aunque con suficiente peso dramático, las singulares personalidades que conforman la “nómina” circense y por tanto rodean al profesor y el estudiante incorporados al equipo no son lo más importante sino precisamente, el peligroso y asfixiante contexto donde se insertan: las marchas y manifestaciones exigiendo a los familiares desaparecidos, o la presencia lateral, aunque omnipresente del dictador hablando por la TV son recurrencias que no solo fijan la época sino que diseñan admirablemente la ambientación, a lo cual se suman la fotografía, la edición y la música en trabajos muy redondos. Y por supuesto, las actuaciones (Daniel Muñoz, Iván Álvarez de Araya, Blanca Lewin, Pablo Krögh…)
Obras todas, de profunda vocación latinoamericanista como se ha visto, que enaltecen nuestro cine más allá de los corales y del festival en que las hemos podido disfrutar. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario