Por:
Frank Padrón
(especial a Enfoque cubano)
(especial a Enfoque cubano)
Más
allá de los corales, de reconocimientos oficiales y colaterales (o no) lo
importante de esta 35 edición del Festival del Nuevo cine latinoamericano, que
acaba de concluir, es, como siempre, el cine: las películas en sí mismas.
No poca ha sido la calidad
de muchos títulos, algunos de los cuales reseñamos a continuación:
La coproducción hispano
venezolana Azul y no tan rosa invita
al seguimiento del joven cineasta Miguel A. Ferrari, en este drama que gira en
torno a una pareja masculina en la Caracas de hoy mismo: Diego y Fabrizio; el
primero es fotógrafo y padre de Armando, adolescente que vive en Madrid y viaja
a Venezuela para un reencuentro después de muchos años; el segundo es un
exitoso ginecólogo , quien justamete por esos días es víctima de un trío de
homófobos violentos que lo mandan a terapia intensiva…
Buena mano la del joven
cineasta para contar historias; su narración es limpia y le aplica suficiente
fuerza como para mantener al espectador atento e interesado, aun cuando el
trayecto roza las 2 horas.
Solo que en su afán por
decir demasiado ensancha el relato, le adiciona más de una subtrama y entonces
peca por acumulación: la aludida homofobia en las sociedades latinoamericanas
contemporáneas, más allá del lugar puntual donde ocurren los hechos; la
violencia contra la mujer; la relación conflictiva padre gay-hijo hetero (que
sin embargo puede mejorar e incluso llegar a ser armónica), la (in)tolerancia
de ciertos padres; el miedo adolescente a mostrarse y la inseguridad, lo cual
redunda en la baja autoestima; la identidad verdadera, la transexualidad y
otros ítem, son en realidad demasiado para una sola película, lo cual implica
que no todo alcance el mismo y esperado desarrollo.
Cierto que todo apunta a
un solo y totalizador mensaje (la importancia de la autenticidad, el ser uno
mismo a cualquier precio) pero no siempre, como es el caso, el todo implica la
consecución artística de las partes.
Venezuela, Perú y Alemania
coproducen Pelo malo, de una egresada
de nuestra EICTV: la venezolana Mariana Rondón (Postales de Leningrado), y ojo, que hay aquí otro de los momentos
superlativos de la competencia, el cual
difícilmente será ignorado por los jueces que designarán este año los lauros (y
por supuesto, no solo porque venga avalado con la Concha de Oro en el
prestigioso San Sebastián).
Junior y su madre,
desempleada y soltera, quien también tiene un niño más pequeño, sostienen una
relación tirante, donde impera la falta de amor y el desprecio por parte de
ella, quien no tolera la sostenida tendencia del pre adolescente a “pasarse el
peine” para que su cabello rizo se torne liso y sedoso al estilo de ciertos
cantantes de moda; la abuela paterna quiere adoptarlo y pasa horas con el niño
alimentando sus sueños, pero intenta desarrollar del todo cierta tendencia
sexual que le resulta evidente, la cual también es temida e indeseada por su
madre, aunque todo indica que lo de Junior es realmente una confusión lógica en
ciertas etapas de la adolescencia, sobre todo ante la ausencia de una figura
paterna que él cree descubrir en el joven vecino propietario de un
quiosco. Por eso rechaza a la abuela,
pese a sus mimos, y se aferra a esa madre quien, sin embargo, persiste en
negarle el cariño que pide a gritos.
Historia sensible sin
sensiblerías, contada en términos de precisión y austeridad narrativas,
descuellan la música aplicada certeramente, comentarista oportuna en ciertos
pasajes donde sin dudas se requiere; la fotografía, que se luce tanto en los
espacios opresivos de interiores como en los abiertos, donde el hacinamiento y
la promiscuidad vivencial de sectores más humildes no impiden al protagonista y
su simpática amiga soñar despiertos.
No menos destacables son
las actuaciones; si hubiera algún coral para niños y jóvenes (y no sería mala
idea, sobre todo en esta edición donde abundan) pocos hubieran disputado a Samuel Lange dicho galardón: con
un sentido encomiable de la ambigüedad y a la vez tenacidad de sus sentimientos
y reclamos, el muchachito borda un trabajo lleno de matices y sugerencias; lo
secundan su pequeña compañera María Emilia Sulbarán , mientras entre los desempeños “adultos”
sobresalen Samantha Castillo como la madre torpe y desamorosa, y Nelly Ramos en
la piel de la graciosa abuela.
Por largometrajes de
ficción compitió Tercera llamada, de
México , en el cual su director Francisco Franco (Quemar las naves) se introduce en el conflictivo mundo del teatro:
un grupo decide montar Calígula, de
Albert Camus, y como siempre ocurre sobre todo para los grandes espectáculos,
se confrontan presupuestos, criterios artísticos diferentes, presiones contra la fecha de estreno, choques
en los ensayos y cuánto entuerto pueda imaginarse…y no.
Justamente el título alude
al timbre final que avisa el inmediato inicio de la representación, pero antes,
durante casi 90 minutos, hemos asistido a decenas de problemas y colisiones que
todo colectivo humano, diverso y complejo, proyecta al reunirse.
Franco, en un amarre de
elementos expresivos y una capacidad de narrar mucho mayor que en su anterior
obra, privilegia sobre todo el lado humano: lo que dejan en casa directora,
asistentes, actores…o muchas veces, para mal, arrastran al teatro: egos en
choque, frustraciones, envidias, celos, zancadillas se nos muestran en esta
pieza coral que más que teatro dentro del cine es la propia vida latiendo entre
bambalinas, fuera y dentro del escenario y mostrándose paralelamente al
decadente mundo romano que se intenta
escenificar.
Una edición precisa que
empalma adecuadamente esos casos y cosas del teatro, y muy competentes
actuaciones (Moisés
Arismendi, Irene Azuela, Ricardo Blume, Alfonso Dosal y hasta la mítica Silvia Pinal ) hacen que
esta muy disfrutable llamada lo sea
también a los espectadores.
Heli,
de México, que viene precedido de un premio n ada menos que en Cannes; la violencia que engendra el
narcotráfico aun en apartadas zonas rurales es el asunto que pulsa el director
Amat Escalante (Los bastardos) , algo
que ya había tratado de modo original y sólido en su obra precedente.
Una historia a la que
muchos reprochan varias escenas de excesiva violencia, lo cual es cierto, pero estas aparecen absolutamente
justificadas desde el punto de vista dramatúrgico, luego, el redondeo de personajes,
la acertada ambientación y el mensaje claro y certero –esa suerte de
desvalorización, de pérdida de la sensibilidad ante la violencia como algo que
se ha hecho tristemente cotidiano- redundan en una pieza que desde su guión
detenta una coherente y consistente armadura, lo cual prosigue en su notable
puesta en pantalla y sus no menos convincentes actuaciones.
Otro conseguido título,
esta vez de entre las óperas primas (que este año exhibió una calidad
generalizada) fue Habi, la extranjera,
coproducción entre Brasil y Argentina que dirigió María Florencia Álvarez.
Caso de identidad usurpada
(nada inusual en el cine), una joven que se integra a una comunidad musulmana
es el pretexto que usa la joven realizadora para emprender un válido estudio de personajes y ambientes; una obra
donde se alcanza ese difícil equilibrio entre humor y seriedad, donde se
aprecia cuidado en diferentes rubros decisivos (dirección de arte, montaje,
música…) y que también regala apreciables actuaciones (Martina Juncadella, Martín
Slipak, María Luisa Mendoza…)
También de un cineasta
debutante, el brasileño Fernando Coimbra es otro buen momento que nos deparó el
certamen fílmico: El lobo detrás de la
puerta. A la mayoría le haría evocar Atracción
fatal, aquel famoso título de Adrian Lyne con Glen Close, y hasta no poco
del maestro Hitchcock, en ese trayecto de celos enfermizos y persecuciones por
una suerte de Medea carioca que llega a los peores excesos cuando ve que su
amante, un hombre casado y con familia, no la corresponde hasta el punto que
ella desea.
Creciente suspense,
satisfactoria evolución de caracteres,
buen uso de la cámara y felices desempeños impiden que este thriller,
con todo y su desenlace para la mayoría demasiado fuerte, integre el ancho
grupo de muestras comunes y vulgares del género.
La
jaula de oro , coproducción entre México y España nos
acerca al recurrente ítem de la emigración ilegal hacia Estados Unidos -esta
vez desde Guatemala- pero con la peculiaridad de que ahora los protagonistas son adolescentes.
Diego Quemada Díez, quien dirige y coescribió el guión, logra que sigamos el
arduo trayecto, lleno de peligros, trampas y violencia, con sumo interés, pues
nos ofrece un relato bien armado y mejor plasmado en pantalla, donde el
tristemente célebre “sueño americano” aparece una vez más acribillado ante los
ojos cómplices del espectador.
De adolescentes también,
aunque esta vez en un contexto mucho más íntimo, va Tanta agua, que coproducen Uruguay, México, Holanda y Alemania y
que cuenta con la dirección colegiada de Ana Guevara Pose y Leticia Jorge
Romero. Vacaciones de dos hijos con un padre recién divorciado implica roces,
pugnas intergeneracionales, despertares eróticos en la próxima mujer que ya se
insinúa e incomprensiones pese al amor mutuo que entre todos fluye.
Encontramos más de un
momento atendible, lo cual demuestra la sensibilidad de sus realizadoras, el
buceo por las personalidades, dentro de eso que se ha dado en llamar
“bildingsroman” (novela de aprendizaje, heredada también por la pantalla)
detenta un paneo por las siempre complejas relaciones padres-hijos y la difícil
etapa de esos jovencitos, de mayor interés aquí por cuanto los progenitores
masculinos, solteros incluso, son menos visitados por el cine.
Por último, quiero
referirme a una de mis obras preferidas dentro de lo visto en esta edición
festivalera: Cirqo, el cual compitió
en largo de ficción. Lo dirigió Orlando
Lübert (Taxi para tres) y de hecho
constituye un salto cualitativo respecto a aquella cinta que, con sus no pocos
premios internacionales, incluido el tercer coral entre nosotros, en la edición
23 (2001), acusaba problemas dramatúrgicos y técnicos –sobre todo de sonido-.
Con su nueva obra, el
realizador chileno exhibe mayor
amarre en aquellos y afila mejor los
cauces narrativos, al acercarse a un par de prisioneros que a punto de ser
fusilados, escapan y se refugian en un circo de mala muerte, a partir de lo
cual son perseguidos incansablemente por un policía de Pinochet; la disyuntiva será no
solo aclimatarse a su nuevo status lo cual resulta bastante fácil –ambos
comienzan a trabajar con los artistas ambulantes- sino a la hora de
reencontrarse con sus respectivas familias, lo cual trae resultados bien
diversos aunque siempre desgarradores.
No escasean las “películas
de circo” (desde las célebres Freaks o
Trapecio, con Burt Lancáster y Gina
Lollobrígida, o Enanos en la carpa,
de Fassbinder , hasta las cubanas Tulipa y Mascaró,
un cazador americano) donde generalmente se siguen los intríngulis, celos y
colisiones de los peculiares histriones que trabajan en ellos, pero en esta
ocasión Lübert ha privilegiado el clima de inseguridad, zozobra y peligro que
envuelve a los reclusos devenidos cirqueros ante la feroz tenacidad del esbirro
por darles caza, lo cual incluye el matrimonio con la esposa de uno de ellos,
al creerlo ésta desaparecido.
Aunque con suficiente peso
dramático, las singulares personalidades que conforman la “nómina” circense y
por tanto rodean al profesor y el estudiante incorporados al equipo no son lo
más importante sino precisamente, el peligroso y asfixiante contexto donde se
insertan: las marchas y manifestaciones exigiendo a los familiares
desaparecidos, o la presencia lateral, aunque omnipresente del dictador
hablando por la TV son recurrencias que no solo fijan la época sino que diseñan
admirablemente la ambientación, a lo cual se suman la fotografía, la edición y
la música en trabajos muy redondos. Y por supuesto, las actuaciones (Daniel Muñoz, Iván Álvarez de
Araya, Blanca Lewin, Pablo Krögh…)
Obras todas, de profunda
vocación latinoamericanista como se ha visto, que enaltecen nuestro cine más
allá de los corales y del festival en que las hemos podido disfrutar.
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