A propósito de recibir el Premio Nacional de Teatro 2014, el dramaturgo y novelista cubano
Nicolás Dorr, nos muestra sus excelentes dotes culinarias, haciendo gala de buen
anfitrión al concedernos esta entrevista en la acogedora sala de su casa.
Escuchar sus historias, es deleitarse con toda esa
riqueza espiritual de una vida dedicada al teatro cubano sobre todo si estas vienen
acompañadas del júbilo de recibir el Premio Nacional de Teatro en Cuba. Nicolás
alega que tiene su encanto recibirlo en el siglo XXI porque así tiene más
vigencia y una perdurabilidad tremenda, en buen criollo: ¡Hay premio para rato!
Recuerda que con solo diez años de edad comenzó su vida teatral, estudió actuación en
la academia de arte dramático, actuó incluso en algunas que otras puestas,
también escribió pequeñas obras teatrales para esa escuela, haciendo énfasis
que cuando tenía 13 años escribió “El
palacio de los cartones”, su primer obra aunque no llegó a estrenarla en
esa ocasión. Fue “Las Pericas”,
la obra teatral que lo consagra como el autor más joven.
¿Nicolás, qué
opinión le merece la dramaturgia cubana actual?
Desafortunadamente la dramaturgia cubana actual, no ha
tenido el desarrollo que tuvo en la década de los años 60 del pasado siglo,
donde en un corto período de tiempo surgimos tantos autores, con obras que han
quedado para la posteridad; el teatro cubano actual va escalando pasos, poco a poco…
Cierta tendencia de abordar temas marginales, en mi
opinión empobrece la dimensión en su
universalidad, y es una verdadera lástima, a veces hay modas y tendencias que
algún día pasarán como pasó con el llamado teatro nuevo donde se desarrolló más el teatro de
circunstancias que el teatro de personajes.
En el teatro cubano de hoy hay diversidad, eso es
bueno pero no hay consistencia, pocos autores
han podido exhibir un verdadero dominio de la estructura y de la técnica.
¿Qué impresión recibe usted cuando trabaja con
actores jóvenes?
Los actores jóvenes necesitan formarse con gente de
experiencia o no llegarán lejos. Afortunadamente he trabajado con mis alumnos
de la Universidad de las Artes (ISA). Por suerte ellos han tenido la inteligencia
de aprender con directores que han dirigido mis obras y ejercitarse
con los textos que hemos montado.
Los actores cubanos actuales tienen la extraordinaria tarea
de suplir a veteranos actores que han envejecido físicamente, aunque los hay todavía
llenos de vitalidad interna, que han hecho historia en el teatro cubano.
¿Piensa usted cuando
escribe en el actor que defenderá su texto?
No casi nunca
pienso en el actor cuando escribo un texto una sola vez me salté la regla y fue
cuando escribí “Confesiones del barrio
chino” pensado en: ¡La gran dueña de los escenarios de Cuba!, la Sra. Rosa
Fornés, el asunto es que me entusiasmé tanto con su disciplina profesional y su
encanto personal, que le escribí cuatro obras.
Como dramaturgo me inspiro en los seres humanos que me
rodean, porque soy una esponja, todo autor lo es.
¿Con que
género teatral se identifica más?
Estoy desde hace tiempo en desacuerdo con hablar de
géneros en el teatro, fíjate que los músicos están hablando de fusión en la música,
y es que estamos en una época donde todo se mezcla, no creo que a esta altura
del siglo XXI se pueda hablar de un género que predomine, sea comedia, farsa o
tragedia y si un todo vale como decía
Osvaldo Dragún, el gran dramaturgo argentino cuando hablaba de mis pequeñas
obras teatrales de aquellos tiempos.
Siempre he tratado de unir toda esa gama de
oportunidades que la vida nos ofrece, tragedia, comicidad con lo grotesco, lo
sublime porque así es la realidad, fusión de los elementos más contrarios, es
eso lo que da vida para armar eso que se conoce como un personaje mosaico.
¿De la escuela
teatral rusa por quién se inclina usted?
Al hablar de la escuela rusa de teatro, como es
natural hay comenzar por Constatin Stanislaky, el gran creador del teatro
realista del siglo veinte y seguramente de muchos siglos más.
¿Considera
usted, que en la actualidad existe respeto por el teatro en Cuba?
― ¡Que pregunta tan fuerte!― Hay algo muy importante,
el pueblo cubano respeta el teatro, lo respeta de una manera impresionante, el
público cubano va al teatro y disfruta lo que está viendo, por supuesto si le llega nos obsequia con ese maravilloso
colofón que todos deseamos, que es el aplauso.
Creo que hay un respeto del pueblo cubano a sus
artistas, lo experimento a cada rato sin ser actor, cuando en la calle me
saludan y comentan, ― ¡Es Nicolás Dorr, el dramaturgo cubano!― Es que soy
famoso, y no porque lleve 50 años haciendo teatro, es que Cuba se ha encargado
de que la cultura llegue a todos, ofreciéndole gran importancia a la
información cultural.
¡Cuba es el país donde más cultura hay sobre el teatro
y el arte en sentido general! Eso es un logro muy grande de la Revolución.
Como le sucede a grandes autores, amigos míos que en
sus países solo lo conocen algunas personas que se dedican a su misma esfera artística. Por el contrario
aquí, nos conocen muchísima gente, que inclusive no frecuentan el teatro.
¿Cómo ve usted hoy la
relación entre directores y dramaturgos?
….Bueno.... Un poco perjudicial para el pobre autor
cubano, y es que los directores por lo general prefieren montar obras de
autores internacionales, y no es que lo hagan con ánimo de viajar gracias a ellos,
es que de pronto resulta interesante montar obras de grandes autores
internacionales, eso ocurre universalmente.
Entonces los autores cubanos tenemos que luchar para que escojan nuestras obras, por eso es
que muchas veces la dirigimos nosotros mismos, así lo ha hecho Héctor Quintero,
Abelardo Estorino, Eugenio Hernández Espinosa, por citar algunos. Así nos hemos
mantenido todos estos años en el escenario, gracias a nuestros propios
esfuerzos.
Cuando un autor entra en contacto directo con el
actor, se enriquece mucho más como autor porque son los actores los que le dan
vida a tus personajes, te hacen comprender también uno de los elementos
fundamentales del teatro, el sentido de síntesis, tema que los directores lo
tienen muy agudizado, lo contrario del autor.
Si el autor trabaja con el director aprende lo que hay
que quitar en la obra y cuando se dirige a sí mismo tiene una doble misión,
tiene que ser autocrítico, analítico y confiar en equipo que lo apoya.
¿Es usted un
hombre tímido?
¡Para nada! Con sólo 13 años vine de Santa Fe, mi
pueblo natal y le presenté mi obra “Las pericas” a Rubén Vigó, director de sala
Arlequín, uno de los grades, pues él
no se la leyó pensando que perdería su tiempo, fui a la semana siguiente y
tampoco se la había leído y entonces le dije ―Pues léasela para mañana porque
es el próximo estreno en su teatro―
La obra es considerada hoy un hito en la historia
teatral nacional
Siempre le digo a mis alumnos: ¡No sean pedantes pero
sí soberbios! ―Que hay diferencia―
¿Considera
Nicolás estar viviendo la vida que quiere vivir?
Exactamente, no quiero otra… Si tuviera que volver a
escoger diría: Escribir obras de teatro y escribir novelas, es que siempre he
querido y quiero ser escritor. Afortunadamente no he tenido un fracaso, siempre
he sido feliz haciendo mi trabajo porque me he ganado la admiración y el
respeto del público.
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